PenelooeHectorSrxEn el tórrido agosto de 1974, descubrió el deseo. Acababa de cumplir dieciocho años, pero para su familia seguía siendo una niña. De nada sirvieron sus súplicas. «No te quedas sola en la ciudad. Veraneamos en la casa de los abuelos y sanseacabó».

«Sanseacabó»…  Acabada, así se sentía, aburriéndose mortalmente en aquel pueblucho en el que, según ella, solo había trigo, vacas y paletos. «Date un baño en la poza». La poza… cañizos, piedras y ranas. Su abuela no entendería jamás la vejatoria comparación con la piscina del polideportivo. De todos modos, cualquier plan era mejor que escuchar sus charlas interminables sobre cosas que no le importaban, así que se puso el bañador, metió a escondidas una cerveza en la mochila y se encaminó al bosque.

Solo quebraba el silencio el canto de las chicharras, el leve susurro de las hojas de los árboles sacudidas por el viento y… gemidos. Se acercó con cautela y, de repente, los vio. Una mujer desnuda se retorcía de placer tumbada sobre la orilla. Sus caderas se contoneaban al compás de la mano que se hundía en su interior. Su garganta exigía.  «Dame más. Dame más. MÁS». MÁS. Y el hombre obedecía, ahondando, acariciando, follándose con el puño el sexo de vello pelirrojo que brillaba perlado bajo el sol.

El suyo también se humedeció. Quería que la mano se perdiera dentro de sus pantalones cortos, que la penetrara, que escarbara en las suaves paredes, que la llenara totalmente.

La mujer la descubrió y su grito rompió el hechizo. Huyó como alma que lleva el diablo y no paró de correr hasta que se derrumbó en la cama de su habitación con el corazón latiendo en su pecho y en el centro de sus labios.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero cada vez que aquel recuerdo regresa a su memoria, no puede evitar acariciarse deseando haber sido ella.